Esclavina roja y manta verdeoliva

Última foto de Miguel Picazo

(Artículo que publiqué en Diario Jaén el 25 de abril de 2016 después de la muerte del recordado cineasta Miguel Picazo)

Recuerdo los años mozos universitarios en Granada cuando los sábados se preñaban de cineclub. Reconozco que pertenezco a una generación que desplegó entonces todas las banderas con las manos más abiertas de nuestro cuerpo, banderas que con el tiempo nos hemos ido metiendo en “el ojo sin niña” que decía el maestro Quevedo.

Uno asume que de mayor quiso ser “imposible”. Esto es, me explico: En el fondo quise ser todo aquello a lo que uno llega a ser para seguir siendo un sueño cotidiano. Por eso siempre he admirado a los que han sabido ser libres sin licencias, grandes sin orgullo, humildes sin bajezas y firmes a la vez que flexibles.

En 1977 se me presentó la oportunidad de participar como figurante en una película: “El hombre que supo amar”, dirigida por Miguel Picazo y que versaba sobre la vida de San Juan de Dios en Granada. Me asignaron el papel de oficial de la “policía” de la Inquisición, y como tal debía sujetar y golpear a Timothy Dalton, que hacía de San Juan de Dios, cuando trataba de impedir el desalojo de un hospital no bien visto por el médico de los Reyes Católicos.

El cine es ficción, pero como decía Orson Welle, “Es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta”. La poesía nunca ha sido ficción porque duele, y a veces mucho.

El pasado sábado, cuando se conmemoraba el IV Centenario de la Muerte de Cervantes, la Orden de la Cuchara de Palo quiso homenajear a las antiguas ventas cervantinas del camino real que unía Sevilla con Madrid, personalizadas en el Hotel Yuma de Guarromán. Venta del siglo XXI con el espíritu del siglo XVII quijotesco y del siglo XVIII ilustrado. Para ello volvimos a invitar al comendador Miguel Picazo, que de vez en cuando rescatábamos como gastrónomo empedernido desde su residencia en Cazorla, para hablar de cine, de sociedad, del presente y del futuro. La gente grande cuando llega a mayor solo quiere que la quieran.

Fellini lo dijo: No hay un principio ni un final. Sólo la pasión por vivir. Y ello lo corroboré en las muchas tardes en las que acompañé las estancias del maestro Miguel Picazo en Guarromán en las que hablábamos de la sencillez de ser grande. El sábado llegó ilusionado desde su residencia de Cazorla al 104 capítulo de la Cuchara de Palo. Comió con nosotros, hablamos de Cervantes, y en un momento decidió que volvía a Cazorla, cansado.

¿Cómo está? le dije. Y desde el brillo de sus ojos me contestó: “Feliz, feliz. Contento de estar con mis amigos”. Fui el último de quien se despidió. La esclavina roja de la Orden de la Cuchara de Palo, y la manta color verde oliva de sus fríos primaverales, fueron la investidura de su mortaja giennense. Escribo ahora desde la emoción de haberlo visto morir, pero no para siempre. Y me repito sobre él: Supo ser libre sin licencias, grande sin orgullo, humilde sin bajezas y firme a la vez que flexible.

Tu copa entre nosotros siempre estará llena, maestro. ¡Solo los grandes saben irse a lo grande sin hacer ruido! Enarbolo tu manta verde olivo del frío de abril como una bandera de los ojos con la niña de mis lágrimas.

José María Suárez Gallego

Calidad y cantidad

Artículo publicado en el Diario Jaén el viernes 19 de abril de 2024

Parece ser que el paso evolutivo de un primate antecesor al “homo sapiens” se llevó a cabo en el momento en el que un mono ancestral aprendió a hablar,  a reír y a cocinar lo que se comía. Precisamente las tres cosas que hacen agradable una feliz sobremesa. Es el fundamento de las sociedades, cofradías y asociaciones gastronómicas: La gastronomía como experiencia de sociabilidad y cultura, en la que lo más importante no es lo que se come sino con quien se comparte. Estas instituciones gastronómicas surgidas de la cultura popular no hacen otra cosa que elevar al nivel de Cultura, con mayúscula, la necesidad humana de tener que comer al menos tres veces al día, pero en compañía.

En 1983 varios descendientes de los colonos de Pablo de Olavide comenzamos a reunirnos el 24 de diciembre para comer juntos, como ya lo hicieron aquellos pobladores del siglo XVIII traídos a Sierra Morena por Carlos III. Nació lo que acabaría siendo formalmente la Muy Ilustre y Noble Orden de Caballeros de la Cuchara de Palo, y se instituyeron los premios que llevan su nombre (33 ediciones ya) para galardonar a aquellas personalidades e instituciones que se hayan distinguido por propugnar la concordia de los pueblos a través de la cultura gastronómica.

Y al hilo de las asociaciones gastronómicas cabe preguntarse cuál es el número adecuado de comensales que han de sentarse juntos a compartir una comida y su tertulia. Y ciertamente no es fácil dar una respuesta, aunque la más sorprendente que he oído es la que se suele dar en el mundo del Flamenco: «Deben estar los cabales«, que es lo mismo que dejar la pregunta sin contestar y sujeta a las circunstancias del momento: «Deben estar los que tienen que estar«, es decir: Los cabales. Ni uno más ni uno menos. Y no deja de ser curioso que de lo primero que es sinónimo cabal es de justo, pero también de aquello que es excelente en su clase y en su género. Por tanto, para el mundo del Flamenco, en una reunión, incluidas las que tienen por herramientas la cuchara y el tenedor, deben estar todos aquellos que como el tradicional «Antón pirulero» tengan juego que hacer y que dar: Unos poniéndole voz al sentimiento del cante, otros bordando notas en la guitarra, otros jaleando al personal, y los más derrochando la armonía de sus silencios.

            Esta misma pregunta se la hicieron también tanto los hijos de la Roma Imperial, como los griegos de la culta Atenas, movidos por la preocupación de llevar su esmerada perfección al arte de comer juntos, pero no revueltos, y ellos, tanto unos como otros, llegaron a la conclusión de que el número óptimo era aquel que superaba el número de las Gracias, pero no pasaba el de las Musas. Es decir, entre tres que son las gracias, y nueve que son las musas. O lo que es lo mismo, entre tres y tres veces tres.

            Los viejos mitos y el peculiar juego del número óptimo de comensales, vienen a poner de manifiesto los temas de conversación más propicios para acompañar una buena comida, en la que  la política, la religión y el forofismo deportivo, desde siempre, según se ve, han brillado por su ausencia, a pesar de las olimpiadas de entonces, las de la vieja Olimpia, la lucha greco-romana, las carreras de cuadrigas, los bravos gladiadores, las movidas del Senado Romano y el culebrón sentimental de los dioses del Olimpo. No ocurre así con el planeta taurino, que desde el lejano y antañón Minotauro y aquellos acróbatas cretenses que saltaban sobre los cuernos del toro, parece estar tocado por la musa de las tres Gracias y la gracia de las nueve Musas, como corresponde a todo arte tenido por grande

            Esta misma pregunta fue contestada en las postrimerías del siglo XIX por el marqués de Valdeiglesias, director del periódico La Época, quien nos dejó escrita la siguiente receta para lograr una buena comida en todos sus aspectos: «Pocos platos, pero bien hechos, y pocas personas, pero bien avenidas. Convidados que paguen en ingenio la hospitalidad que reciben, porque a la gente no se le convida a comer para que esté callada

7.291

Los sociólogos, tan acostumbrados a vernos como cobayas pululando en una sociedad que es capaz de fagocitarse a sí misma, han llegado a afirmar que el nivel de bienestar de un país se mide por la cantidad de cosas que produce para ser necesariamente consumidas. Tan evidente es todo esto que hasta el mayor o menor gasto de papel higiénico es una medida del desconsumo de todo lo consumido, siendo un referente de primer orden sobre el alto nivel de vida que hemos llegado a alcanzar en esta sociedad del aquímelasdentodas-aquímeloquitantodo por la que se dejaron el pellejo tantísimos ideólogos de la Utopía. No es casualidad que, en los comienzos de la declaración del estado de alarma por la pandemia, lo primero que comenzó a acaparar todo el mundo fuera precisamente el papel higiénico.

Como jubilado pluripatológico (el palabro ha salido  de la boca de mi apreciado cardiólogo) asisto a la puesta en escena a través de medios de comunicación y redes sociales, de guerras, de crisis económicas y de crisis sanitarias, maquilladas con la crema de la posverdad a base de “fake news” (en español, bulos y noticias falsas). Se está intentando, a todas luces, que fracase todo aquello que nos ha hecho personas, para una vez derribado el sistema social darnos la opción de que nos conformemos con ser cosas que resignadamente aceptan su destino.

Mi tío Paco Suárez, el hermano menor de mi padre, murió con 86 años en una residencia de mayores en Madrid durante la pandemia, en la que le atendían  de sus discapacidades por causa de su edad. Mi tío Paco fue maestro nacional por oposición, después su inquietud lo enroló en el mundo de la dirección de empresas de alimentación andaluzas, en las que preparó y formó a mucha gente. Fue en sus años mozos futbolista y llegó a ser miembro compromisario de la Real Federación de Fútbol, De él aprendí algo que no se me ha olvidado nunca: “No le temas a las brujas, témeles más a los hijos de puta que viven de tus miedos”.

Mi tío Paco murió solo, asfixiado en su cama de incapacitado. Tres días estuvo muerto en su cama y sólo uno de sus hijos pudo ir a identificarlo. Según parece como iba a morir de todas formas, lo mejor era dejarlo morir. (Es curioso que quienes defienden estos argumentos son los mismos que votaron no a la ley de eutanasia y de muerte digna)

Mi tío Paco se fue de esta vida sin despedirse de los suyos y sin saber que a todos los hijos de puta que administran nuestros miedos les “gusta la fruta” que comen las brujas que ellos alientan.

Me ocurre últimamente que cada mañana al afeitarme, percibo al mirarme en el espejo la extraña sensación de que quien me mira en él es mi padre. Cada vez me dicen que de mayor me parezco más a él y que tengo su misma mirada. Lo cierto es que lo que percibo frente al espejo es que todo lo que nos está ocurriendo en las últimas crisis y guerras, es un plan establecido que sigue una puntual hoja de ruta para llegar a un objetivo preciso: La devaluación de la sociedad del bienestar y la cosificación de los ciudadanos que la componen. Dado que los mercados especulativos liberales no admiten la devaluación de las principales monedas, no hay otra solución que devaluar el bienestar de la sociedad reduciendo a los ciudadanos a simples cosas sujetas a los algoritmos estadísticos. Es curioso, también en el régimen de esclavitud de la antigua Roma el esclavo era considerado como una mera cosa.

¿Y usted de mayor qué quiere ser? —me preguntaban hace algún tiempo—. Pues mire, yo quiero ser más libre, más igualitario, y más fraterno que era ayer a esta misma hora. Más tolerante, más demócrata y menos embustero, de lo que ustedes pretenden enseñarme con su impresentable proceder. Y no me gusta la fruta que le gusta a algunos/as  hijos/as de puta. ¡Algunos somos así de raros y de puñeteros, sin haber acumulado papel higiénico!

(A los 7.291 tíos Paco que murieron abandonados en las residencias de Madrid durante la pandemia, de todos hoy me siento sobrino de cada uno de ellos)

Mis zapatos de Reyes Magos

Soy muy crítico con los Reyes Magos.

De niño les puse mis zapatos en el balcón un 5 de enero y se los llevaron.

Cada año desde entonces les escribo la misma carta: ¡Devolvedme mis zapatos, so cabrones!

Y el silencio de su respuesta es que me niegan hasta el carbón: ¡No puedo ser ni «premiado» como malo!

Desde entonces me conformo con que no me traigan nada. Mi mejor regalo es que no me quiten lo que es mío y en justicia me pertenece: ¡La libertad de imaginar y vivir en libertad con quienes quiero y me quieren!

Todavía me pregunto si el niño al que le dieran mis zapatos fue feliz con ellos. Yo me he pasado toda la vida tratando de ser feliz sin ellos.

© José María Suárez Gallego

Saber no estar

Iconografía de San Simeón el Estilita subido en su columna.

Mi amigo el Caliche, contertulio de lo cotidiano del día a día y fiestas de guardar, me dice que quien más o quien menos alberga entre sus ambiciones más íntimas el deseo de poder doblegar leones, látigo en mano,  allí dónde a uno lo vean. No faltan los que aspiran a más y no se conforman con asustar a cuatro gatos melenudos –por muy leones que parezcan–, sino que sueñan con dominar fieras corrupias, y llegado el caso, hasta  acogotar en público dragones míticos de mil demonios.  El afán desmedido de notoriedad de algunos tiene su intríngulis, y muchas ganas de estar en todos los sitios.

Derribar al que brilla y amedrentar  al poderoso, es el deseo irreprimible del que creyéndose tener el látigo mágico de someter bichos feroces, pero no la pericia de utilizarlo con maestría, ni, por supuesto, el valor de meterse en la jaula con las fieras, ha de conformarse con ser el domador de las moscas que el león espanta con su cola. El hecho es, según parece, tener un motivo para adornarse con los entorchados propios del circo, y así disimular el patetismo de la vanidad desnuda que lo define y lo describe.

Hay quienes quieren estar en todos los saraos y en todos los sitios, como el  domador de moscas que cuando toma conciencia de sus  miedos y sus limitaciones  trata de imitar al que brilla y adular al poderoso. Envidia a las libélulas por los destellos luminosos de sus alas cuando vuelan, y respeta a los leones cuando al rugir muestran los puñales de sus colmillos. Pero no pierde oportunidad de exhibir su nombre y sus proezas con letras bien grandes en los carteles de su particular circo: “Fulanito de Tal, experto domador de moscas”.  La autocomplacencia en sus delirios de grandeza lo llevan a proclamarse a sí mismo mariscal de todos los domadores de moscas, para lo cual no renuncia a utilizar en  beneficio propio el buen nombre, las hazañas y las proezas, de auténticos domadores de leones, de reconocido prestigio y sobrada valentía.

Un día descubre que las moscas no admiten más sumisión que su genética adicción a la mierda ajena. Es entonces cuando decide convertirse con urgencia en una mosca cojonera, que acabará siendo abatida indefectiblemente por la cola de un viejo y displicente león.

Recuerdo que, de chaval, durante el transcurso de unos ejercicios espirituales en el colegio, me sobrecogió escuchar la vida y milagros de San Simeón el Estilita, casto varón que allá por el siglo V se pasó 47 años –de los 79 que vivió– subido en una columna intentando saber no estar y desprenderse de todo bien terrenal para mejor servir a Dios. Antes de tal decisión, según cuentan sus hagiógrafos, probó enclaustrarse en una cueva ermitaña y vivir en soledad, pero la vida como troglodita le pareció extremadamente fastuosa, toda vez que aún seguía contando con un techo que lo cobijara del relente nocturno del desierto. Así tuvo la feliz idea de encaramarse a la columna en cuestión y experimentar sobre ella, durante casi medio siglo, el vértigo existencial de virtudes tan loables como la castidad, la pobreza voluntaria y saber no estar.

De la ejemplar vida de San Simeón el Estilita saqué la útil enseñanza de no subirme para hacer penitencia a otra columna que no fuera ésta de Diario JAEN, en la que algunos viernes escribo como purga de mi alma. Aunque inevitablemente he de padecer los ecos cotidianos de los líderes populistas que se comportan como aquel vecino que tuve,  dueño de un perro y un gato. Al primero le puso por nombre “miau”, y al segundo “guau”, de tal modo que cuando llamaba al gato por su nombre, acudía el perro, y viceversa. Lo malo fue que aquella confusión tan divertida lo llevó a alimentar al perro como un gato, y al felino como a un perro, siendo mordido y arañado por ambos.

Llega uno a una edad y a una serenidad de espíritu en la que, conociendo a todos los perros y los gatos, y a las moscas y sus domadores, aprende como San Simeón el Estilita el arte de saber no estar, sin dejar de estar.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 29 de diciembre de 2023

Orzas y jardines

Dicen en la lejana China que si quieres ser feliz un día, hártate de vino; si quieres ser feliz una semana, mata un cerdo; si quieres ser feliz un año, cásate; pero si quieres ser feliz toda la vida, metete a jardinero.

            Y no hace falta irse tan lejos para encontrar en nuestra cultura tradicional otras afirmaciones sobre la felicidad más efímera, es decir la que va de domingo a domingo. Así podemos oír: «Carne de cochino, pide vino«, pero teniéndose en cuenta que «marrano fresco y vino fresco, cristiano al cementerio«, pues cuanto más corta sea la felicidad, más longevos deben ser los medios para conseguirla, «el jamón y el vino añejos, estiran el pellejo«. Y hay quien llega hasta asegurar que «el cerdo tiene trazas de divino, pues hasta con San Antón alterna«. Mucho menos acorde con los tiempos que afortunadamente corren de respeto a la integridad de la mujer, era aquella forma de poner a cada uno en su sitio, «El tocino en la olla; el hombre en la plaza y la mujer en la casa«, y los expeditivos medios para conseguirlo, como recoge Castillo de Lucas en su Refranillo de la Alimentación: «La olla sirve para sacar a la familia adelante y la vara para llevar a buen camino al descarriado, ya fuera hijo o mujer«. Esto se escribía en 1940, y no es de extrañar que, para muchas mujeres, con estas “técnicas” la felicidad como casadas no llegara a durar la que se consigue matando el cerdo.

            Afortunadamente esos son otros tiempos pasados y superados, por mucho que algunos se empeñen en negar la evidencia de la triste realidad del maltrato machista. Hay quienes son capaces de creer antes en lo inverosímil que en la “puta realidad” de la que nos hablaba en una de sus canciones la genial Luz Casal. Pero nos consolamos con la magia del refranero y deseamos que a cada cerdo de dos patas también le llegue su San Martín, más pronto que tarde.

            Curiosa es la explicación que sobre la prohibición de comer cerdo para los judíos nos da uno de los antropólogos que más ha profundizado en los temas de la pitanza, Marvin Harris, creador del materialismo cultural. Por la trascendencia que el asunto tuvo en nuestras raíces culturales, donde negarse a comer carne de cerdo le podía costar a uno morir en la hoguera. Viene a decirnos Marvin Harris que la prohibición divina de la carne de cerdo constituyó una acertada estrategia dado que los israelitas nómadas no podían criar cerdos en lugares tan áridos, ya que éstos son criaturas de los bosques y de las riberas de los ríos, porque no es fácil conducirlos a largas distancias, es incapaz de soportar altas temperaturas dado que no transpira, no es capaz de producir leche para el consumo humano y sí sólo carne, que ha constituido tradicionalmente un lujo permitido sólo cuando las reses productoras de leche eran demasiado viejas y habían dejado de ser rentables, y finalmente, porque el cerdo como el hombre comen de casi todo, convirtiendo al primero en un claro rival de la pitanza del segundo.

            Las antiguas comunidades de Oriente Medio, que tan profunda huella dejaron en nuestra cultura, combinaban la agricultura y el pastoreo, apreciaban a los animales domésticos principalmente como fuente de leche, queso, pieles, fibras, tracción para arar, y hasta sus boñigas como combustible. Las cabras, ovejas y ganado vacuno proporcionaban grandes cantidades de estos productos más un suplemento extra de carne magra. Por lo tanto, la carne de cerdo ha debido constituir un artículo de lujo, estimado por sus cualidades de suculencia, ternura y grasa.   

            El lomo de orza es el intento de llevar más allá de la semana la felicidad conseguida con la matanza de un cerdo. Si pretendemos llevar la felicidad de dos en compañía más allá de un año, habrá que comenzarse por romper la vara de Castillo de Lucas y su Refranillo de Alimentación y meternos en las entendederas que el hogar no es una orza. Tal sólo así, cuando llegado el caso de buscar en un jardín la felicidad de toda la vida, tengamos a alguien con quien compartir las flores que cultivamos.

© José María Suárez Gallego

Publicado el viernes 1 de diciembre de 2023 em Diario JAÉN

«Memento mori»

        

En la mitología griega, Caronte era el barquero del Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte, si tenían dinero para pagar su último viaje, razón por la que en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua. Moneda que en nuestra cultura cada año gastamos en flores y en vino para echarle las honras a quienes ya cruzaron el río que separa las orillas de las sepulturas y el pan nuestro de cada día.

Hay quien ha dicho, con cierto sentido burlón, que la vida es una aventura de la que nadie sale vivo, asociando el hecho de irse al otro barrio con la única circunstancia vital que no tiene remedio: morirte, le he leído a alguien, es lo peor que puede pasarte, porque después de eso ya no te vuelve a pasar nada más.

Tal vez sea por ello por lo que, sabiendo de antemano el desdichado final de tal aventura, tratemos de dilatarla en el tiempo todo lo que sea menester y hacerla lo más llevadera posible, pues por mucho valle de lágrimas que aquí tengamos son muy pocos los que quieren irse. Se ha dicho que tenemos que morir jóvenes, pero cuanto más tarde mejor.

“Memento mori” se dice en el latín eclesiástico, que traducido es «recuerda que morirás», es una frase latina que nos ratifica la inevitable mortalidad del ser humano.

Tiene su origen en una peculiar costumbre de la Antigua Roma, cuando un general desfilaba victorioso por las calles de la capital del imperio, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre. Lo hacía pronunciando esta frase, aunque según el testimonio de Tertuliano probablemente la frase empleada era: “Respice post te! Hominem te esse memento!”. cuya traducción es: «¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre».

Pero suele decir mi contertulio el Caliche, viejo gastrósofo del terruño, de forma tajante, que de “esta vida sacarás panza llena y poco más”. Y debe llevar razón cuando, curiosamente, el primer refrán gastrosófico que sentencia Sancho Panza en El Quijote (capítulo XIX de la primera parte), en una aventura que recuerda el traslado de los restos mortales de San Juan de la Cruz desde Úbeda a Segovia. Es aquel que en boca del buen escudero suena así:” …Y como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza“.

Llegando el primer día del mes de noviembre, es tradicional que nos acordemos de todos los que se nos fueron para siempre, pero sin perder de ojo la hogaza. En prácticamente todas las villas y ciudades de Jaén han existido las antiguas hermandades de ánimas, cuyo cometido no era otro que recaudar fondos para sufragar las misas y los rezos que hicieran posible que las almas en pena encontraran la paz eterna purgando sus pecados. La noche de tránsito desde el día de Todos los Santos hasta el día de Todos los Difuntos es el tiempo propicio para que los vivos se enteren del descontento de sus muertos, pues no es menos cierto que muchas de las hogazas que se comen algunos vivos se han amasado con los sudores de algunos de sus muertos, y a veces en contra de la voluntad del finado cuando vivía de que se las comieran. Plantearse eso de noche, mediado el otoño, en el que las mariposas de luz, ancestrales luminarias, nadan en el tazón sobre el aceite dibujando tenebrosas sombras, siempre suscita algún que otro remordimiento, cuando no mucho canguelo, pues si bien es cierto que nadie ha vuelto del otro sitio, cualquier día puede ser el primero, como bien repetía la tía Jesusona para general susto de los niños que la oíamos contar aquellas historias.

Yo lo tengo claro, cuando haya de irme  sólo me llevaré mi bigote y todo lo vivido junto a él. Todo lo demás os lo dejaré en el embarcadero de Caronte para que construyáis los molinos en los que alojar a todos vuestros gigantes.

© José María Suárez Gallego

Pubicado en Diario JAÉN el viernes 3 de noviembre de 2023

Ruta de los colonos

Vista aérea de Guarromán en la que se pueden apreciar aún la distribución de las suertes rectangulares y loa caminos rectilineos que les servían como acceso a ellas y linderos entre ellas.

__________________________________________________________________________

El domingo 22 próximo se va a llevar a cabo en Guarromán la Primera Ruta Senderista de los Colonos, que organiza el grupo de Senderismo Jaén Norte con el apoyo del Ayuntamiento de Guarromán, y que es fruto del entusiasmo de un joven paisano mío, Alfonso Corral, que ha querido unir deporte saludable, como es el senderismo, con la historia de nuestro pueblo y nuestra comarca, las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, la Olavidia de nuestros sueños.

            Me ha pedido que como cronista oficial me una  a esta ruta y dé a los senderistas una semblanza de los lugares por lo que se va a pasar y de la importancia que los caminos tuvieron para los colonos centroeuropeos que repoblaron Sierra Morena, poblaciones que precisamente nacieron entre otras cosas para custodiar el camino real (actual Nacional IV) que unía Sevilla con Madrid. Casi novecientos de aquellos colonos vinieron andando desde sus países de origen, entrando en estas tierras por el Puerto del Rey en el actual Parque Natural de Despeñaperros, los primeros llegaron en el otoño de 1767. Un bosque de 17 encinas, una por cada uno de los 16 municipio de las Nuevas Poblaciones y otra más en honor de la Comisión Nacional Ejecutiva del Fuero 250, fueron plantadas en 2018 en el Parque de Despeñaperros para conmemorar la llegada de aquellos 12 primeros colonos que vinieron a dar vida a estas Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.

            El trayecto que se va a hacer en esta Primera Ruta Senderista de los Colonos va a ser el de las aldeas de Guarromán más próximas a su núcleo urbano: Aldea de Los Ríos, Martín Malo y El Altico, un recorrido total de 15 kilómetros que en próximas ediciones se quiere ampliar a otras aldeas de esta Nuevas Poblaciones.

            En el Fuero de Población de 1767 se deja claro cómo debían de ser los caminos que unieran estos nuevos establecimientos, de tal modo que ningún colono debería de andar más de media hora para llegar a su tierra de labor. Por ejemplo, la distancia por estos caminos que hay entre Guarromán y la aldea de Los Ríos, es la misma que hay ente ésta y Martín Malo, y la misma que existe entre la Aldea de El Altico y la de Los Ríos, es decir media legua (2.786 metros), la distancia que puede hacer un hombre a paso normal en 30 minutos.

            Cuenta el sexto conde de Fernán Núñez, Carlos José Gutiérrez de los Ríos y Rohan, que fue a la sazón gentil hombre de cámara (ayuda de cámara) del rey Carlos III, y quién mejor lo conocía en la cotidianidad del palacio, que solía decir este rey que fundó las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, que era “primero Carlos que rey”, con lo que quería dejar constancia que sus obligaciones como hombre no las eximia su condición de rey. Carlos III fue un hombre austero, parco en el comer, amante del chocolate, irónico, sarcásticamente burlón, con un gran sentido del humor, metódico, cazador empedernido, amante de la naturaleza y dicho en palabras de hoy en día: “respetuoso con el medio ambiente”, aunque fue un rey constructor, que, en palabras del marqués de Esquilache, todo lo que fuera destruir se oponía diametralmente a su genio: “A este Señor le ha de arruinar el mal de la piedra”.

            En 1768, el año posterior a la promulgación del Fuero, se estaba construyendo el camino de Madrid al Pardo. Dio la orden el rey de que se economizara mucho la tala de encinas, hasta tal punto que se dejó un pequeño ensanche en el camino rodeado de algunas de ellas con una en el centro somo señal de haberse obrado como el rey había dispuesto.

            Cuenta el conde de Fernán Núñez que cada vez que Carlos III pasaba junto a esa encina solía exclamar: “¡Pobre arbolito! ¿Quién te defenderá después que yo muera?”

Hay constancia de que el rey Carlos IV mientras vivió la defendió, siendo las tropas napoleónicas las que enteradas del simbolismo de ésta la cortaron para leña nada más poner un pie en Madrid.

            Sirva esta anécdota para poner de manifiesto que el respeto a los árboles del camino va unidos a la pasión deportiva por “hacer camino”.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 13 de octubre de 2023